lunes, 18 de agosto de 2008

Parir es un acto de amor que requiere intimidad y libertad de movimientos


Entrevista con Isabel Fernández del Castillo


Nació en Las Palmas, pero vive en Madrid. Diplomada en Medicina Tradicional China y especialista en nutrición, actualmente coordinadora de sección en la revista Única.

En 1994 publicó La revolución del nacimiento (Ed. Edaf) y ahora acaba de salir una edición revisada del mismo (Ed. Granica).

Pregunta: ¿Qué pretendes transmitir en tu nuevo libro?

Respuesta: Por una parte, ya hay mucha evidencia de que en el origen de la violencia hay un «eslabón perdido» que no se suele tener en cuenta y que tiene que ver con el nacimiento y la crianza.

El parto medicalizado resulta más violento, no sólo para la mujer sino para el bebé, e inevitablemente incide en la relación que les une.

El nacimiento además puede influir en la forma en que una mujer cría a su bebé, de manera que una mujer que da a luz desconectada de sí misma y de su bebé, es fácil que desconfíe por completo de su instinto de madre. Eso quiere decir que durante la crianza se dejará influir más fácilmente por los «debería ser» de los «expertos», y las recomendaciones de muchos de ellos están encaminadas a debilitar aún más ese vínculo. Hay cada vez más pruebas de que, en el origen de la violencia, está no sólo la de los golpes, sino también la visible, la del desamparo.

Por otra parte, creo que es hora de reflexionar sobre el punto en el que nos encontramos en el proceso de liberación de la mujer. Las mujeres hemos adquirido unas cotas de libertad impensables hace unos años, pero en el ámbito de la medicina y la atención al parto, la subordinación y la sumisión al sistema adquiere niveles casi grotescos.

De manera que hoy en día podemos ingresar en el ejército, si queremos, pero a la hora de dar a luz nos atan a una máquina y no nos permiten ni beber agua.

P: La mayoría de los obstetras, hasta ahora, han sido hombres. ¿Crees que es posible cambiar el enfoque patriarcal que se le ha dado al parto?

R: Ahora hay cada vez más mujeres ginecólogas, pero eso no parece estar humanizando la atención al parto. Eso es algo que impacta a muchas madres. Hay historias de maltrato y abuso de poder protagonizados por ginecólogas, y también por matronas. Todos sabemos que los valores patriarcales no los transmiten sólo los hombres.

Las cosas cambiarán definitivamente el día que haya una masa crítica suficiente de mujeres informadas, preparadas y que no estén dispuestas a que «se les haga el parto». Si te das una vuelta por Europa, en la mayoría de países el panorama es completamente diferente: las mujeres dan a luz en acogedoras casas de parto, dilatan y paren en intimidad y libertad, las intervenciones se realizan de forma personalizada y en caso de necesidad, y sobre todo son respetados, ellas, sus bebés, sus parejas. Los profesionales están al servicio de la mujer y del bebé. Aquí sucede lo contrario, la mujer y el bebé están al servicio de la mentalidad y expectativas del personal, de las necesidades de organización del hospital y de muchas otras cosas. Los protocolos hospitalarios no sólo establecen las prácticas a las que se someterá la mujer, lo necesite o no, sino que implícitamente definen la relación que une a profesionales y usuarias, que es una relación basada en la desigualdad y el poder de los unos sobre las otras.

P: ¿Qué requisitos debe cumplir, en tu opinión, un parto natural?

R: Lo que necesita una mujer sana en un parto normal no es tecnología punta, sino intimidad y respeto. A mí me encantan las noticias que se publican de vez en cuanto sobre partos que se producen en la calle, en el coche. En todos los casos, el desenlace siempre es feliz. Esto se debe a que son partos que transcurren espontáneamente, y el nacimiento se produce gracias a un poderoso reflejo de eyección materno-fetal. Es un reflejo involuntario, de la misma naturaleza que el orgasmo, y todo el mundo sabe que no se puede tener un orgasmo en una posición forzada, con gente mirándote y dándote órdenes, pinchándote, sabiendo que te van a cortar, y presa del miedo cada vez que le bajan las pulsaciones a tu bebé por unas contracciones forzadas.

Parir es un acto de amor y todo el mundo sabe que un acto de amor requiere intimidad, confort, una mínima estimulación del neocortex, libertad de movimientos. Es un estado alterado de consciencia para el que la mujer necesita sentirse segura física y emocionalmente.

Los profesionales necesitan entender que su papel es secundario, confiar en la naturaleza, respetar el protagonismo de la mamá y el bebé, y sobre todo estar abiertos a aprender de verdad. Las mujeres necesitamos volver a confiar en nuestro cuerpo, conectar con nuestra fuerza interior, entender que necesitamos protegernos, a nosotras y nuestros hijos; atrevernos a defraudar las expectativas de los demás, a no ser como se espera que seamos.

P: Pero muchas mujeres están contentas con el actual sistema de atención al parto…

R: Si estás convencida de que el parto es algo peligroso, muy arriesgado y para lo que tu cuerpo no está preparado, lógicamente estás encantada de que te salven del lance. Si las mujeres supieran que la principal causa de sufrimiento fetal es la oxitocina y la postura tumbada, que la principal causa de desgarro grave es la propia episiotomía, que la epidural aumenta el riesgo de cesáreas y partos instrumentales, que los desgarros más graves son los derivados de los fórceps, y tantas otras cosas, seguramente no estarían tan agradecidas de ser «salvadas» del lance de esta manera.

P: Hay mujeres que, tras el trauma que ha supuesto el primer parto, no han tenido más hijos… ¿Crees que esta situación cambiará? ¿Qué opinión te merece este hecho?

R: Hay mujeres a quienes les ha pasado eso, pero en un sentido muy literal. Conocemos varios casos de mujeres con histerectomía por complicaciones derivadas de la oxitocina. Pero también hay muchas mujeres que tras un primer parto traumático han tenido un segundo parto glorioso…, casi siempre en su casa.

Hay mujeres que sufren un auténtico cuadro de estrés post-traumático debido a la crudeza de la experiencia y al trato recibido, pero no se diagnostica como tal porque la medicina no lo considera. Estas madres se sienten mal, asumen que son «inadecuadas» o «malas madres». Pero no lo pueden contrastarlo con nadie porque todo el mundo les dice ¿de qué te quejas si tienes un bebé sano?

P: ¿Qué resultados se están obteniendo con el parto en el agua?

R: El agua en el parto no es una alternativa, sino un recurso más. El agua caliente puede ser de gran utilidad en una determinada fase del parto (no demasiado pronto), pero más de dos horas puede incluso ser contraproducente porque ralentice el proceso. Hay mujeres que se proponen parir en el agua y al cabo de un rato se cansan y quieren salir. Otras que se dan un baño para relajarse y aliviar el dolor pueden encontrarse pariendo en el agua. Cada parto es único, es un proceso imprevisible que no debemos dirigir sino favorecer. Es mejor no tener una idea predeterminada de cómo debe ser. Rendirse a la experiencia y conectar con las propias sensaciones.

P: Respecto a las posturas de la mujer en el momento del parto, ¿cuál crees que es la más adecuada y por qué?

R: Exceptuando la postura horizontal, absurda además de peligrosa, cualquier postura en la que te encuentres cómoda es buena. El parto es un proceso dinámico en el que los movimientos de la mamá se acompasan con los del bebé para favorecer su tránsito a través del canal del parto. El instinto es la mejor guía. Las posiciones verticales favorecen el descenso, pero el cuerpo sabe en todo momento lo que necesita; la más confortable es la mejor. Se puede dar a luz en cuclillas, en la silla de partos, a cuatro patas, de lado, de pié… la naturaleza no tiene «libro de estilo».

P: ¿Qué recomendación les darías a las mujeres que están ahora embarazadas para que se preparen para el momento del alumbramiento?

R: Que no piensen en «lo que puede ir mal» y se concentren en «lo que puede ir bien». Prepararse con alguna técnica psicocorporal que les ayude a conectar con sus sensaciones, sintonizar con su bebé, y lo más importante, confiar en su cuerpo. Que se informen bien y dediquen a buscar el sitio idóneo para parir a su bebé como mínimo el mismo tiempo que dedicamos a buscar una casa, o un coche. Que hablen con el servicio de atención al paciente de su hospital exponiendo cuáles son sus deseos. Que hagan caso de su intuición y no duden en cambiar de hospital si se encuentran con un lobo con o sin piel de cordero. Que sepan que la ley les da derecho a negarse a sufrir intervenciones innecesarias, pero que todo eso hay que negociarlo de antemano. Que si van a parir al hospital lo hagan acompañadas de alguien bien preparado y con las ideas claras. Que se informen bien sobre todo lo relativo al parto y los derechos de los usuarios de la sanidad. En www.elpartoesnuestro.org hay abundante información.

P: Teniendo en cuenta los inevitables dolores del parto, ¿crees que es positiva la administración de epidural? En caso contrario, ¿qué alternativa propones que se pueda llevar a la práctica en la sociedad y situación actual?

R: Los dolores «inevitables» del parto son muy variables. Hay mujeres a las que les duele mucho, otras a las que les duele poco y otras que regular. Sin embargo, a todas las mujeres les duele muchísimo dilatar inmovilizada boca arriba, y con unas contracciones aproximadas y aumentadas con la oxitocina. La cuestión no es buscar una alternativa a la epidural, sino evitar las prácticas que aumentan el dolor sin mejorar el resultado. Son muchísimas las mujeres que cuentan que «las contracciones eran perfectamente soportables hasta que abrieron el gotero».

La epidural es un recurso que debe estar disponible, pero no es la panacea que nos quieren hacer creer. En realidad, es una pieza fundamental del engranaje, esa vuelta de tuerca que hace soportable todo lo anterior, y que al mismo tiempo acentúa la pasividad de la parturienta. Las mujeres no sienten, pero tampoco viven la experiencia cumbre del nacimiento. El resultado es una sensación de «haberse perdido algo» sin saber qué es. Hay muchas depresiones post-parto relacionadas con esta añoranza indefinida de algo que debía haberse producido. Cuando las intervenciones se realizan de forma personalizada y por necesidad, la tasa de epidurales se mantiene baja. Un alto índice de epidurales no es señal de alta calidad de la asistencia, sino de fracaso del sistema.

P: En el libro incluyes numerosos testimonios de mujeres que, según tú, son «una fuente de información fiable acerca del funcionamiento del sistema». ¿Crees que la experiencia de la mujer se ha mantenido silenciada?

R: Durante muchos años se ha trabajado sobre el cuerpo de la mujer como si de un ente sin voluntad ni emociones se tratara, nadie se preocupaba de cómo se sentía. En obstetricia seguimos como en los tiempos de Luis XIV: «todo por el pueblo pero sin el pueblo». Esto ya no se justifica. La misma OMS dice que en el diseño de los servicios de atención al parto deben intervenir las partes implicadas, y especialmente las mujeres. Lo que cuentan las mujeres permite conocer de verdad qué es lo que pasa de verdad, más allá de los «debería ser». No creo que un profesional pueda leer esos testimonios y seguir trabajando de la misma manera al día siguiente.

P: Si la OMS apoya el parto natural, ¿por qué se siguen realizando los mismos rituales en los hospitales: partos inducidos, etc.?

R: Las causas son innumerables, la primera de las cuales es atender partos –un proceso saludable en un 90% de los casos– como si de una enfermedad se tratara. La propia OMS recomienda la figura de la casa de partos, porque trasladar todos los partos a los hospitales supone medicalizar y elevar el riesgo de todos ellos.

Por otra parte, en España estamos todavía convencidos de que tecnología es igual a progreso. Eso puede ser cierto cuando se trata de máquinas, pero no cuando se interviene en procesos vitales. El hecho es que cuanto más se interfiere el proceso fisiológico mayores son los efectos colaterales. La propia organización de los hospitales hace que los partos se manipulen y abrevien para ajustarlos a unos horarios establecidos. Pero, ¿desde cuándo la naturaleza es así de previsible?

Por lo que respecta a los planes de estudios, éstos siguen anclados en el pasado, lo que hace que cada año se incorporen a los servicios médicos matronas formadas con una mentalidad intervencionista y medicalizada, que se asustan ante un parto fisiológico porque no han visto uno en su vida. Luego hay otro factor importante, que es la medicina defensiva: intervenir al máximo desde el principio para que en caso de demanda no se les reproche no haber hecho «todo lo posible». Pero hacer «todo lo posible» desde el principio sin necesidad supone inhibir el proceso fisiológico, lo que eleva el riesgo. Es un pez que se muerde la cola. Y en la base de todo ello, los profesionales se atribuyen un poder sobre la mujer que en realidad no les corresponde, y que también se traslada a la relación ginecólogo-matrona.

P: ¿Crees que el momento del nacimiento tiene repercusión en el futuro del bebé a nivel físico o emocional?

R: Hay abundantes estudios científicos que así lo demuestran. Por una parte está el hecho de que en un parto interferido el bebé soporta un estrés que no estaba previsto. Por otra parte el estado hormonal de la madre se altera completamente por la acción de las hormonas artificiales y de la anestesia. Esto hace que por primera vez en la historia de la humanidad casi todos los niños lleguen al mundo sin la impronta de las hormonas del amor (oxitocina, endorfinas, prolactina…). Además, el rito de acogida por la madre tampoco puede realizarse plenamente en el hospital, sea porque se llevan al niño o porque la falta de intimidad no lo permite.

Cuando se someten a animales mamíferos a estas condiciones, el resultado es que el vínculo madre-cría no se produce, la madre se desentiende y el cachorro se convierte en un individuo inadaptado. Esto nos suena ¿no? Obviamente, en el caso de los humanos esto es reparable, a base de mucho contacto piel con piel, lactancia materna a demanda, colecho. Pero no a base de «no lo cojas que se malcría»

P: Tú no eres profesional de la medicina convencional, pero tienes formación en Medicinas complementarias. ¿En qué medida esto te ha dificultado o ayudado a escribir este libro?

R: Bueno, yo veo mi formación en Medicina China como una ventaja. Las ciencias –especialmente las asociadas a la industria– discurren por un camino de progresiva especialización que pueden hacer perder la visión de conjunto.

Con la MTC he aprendido varias cosas importantes. Una es que el cuerpo tiene inteligencia propia, puedes ir a favor de esa inteligencia o en contra. La obstetricia medicalizada la ignora e inhibe. Otra cosa que he aprendido es a relacionar. En Medicina China comprendes que un problema en los ojos puede venir del hígado, y si quieres entender qué pasa tienes que tener en cuenta todo: la interrelación entre las partes, y la persona dentro de su contexto físico, ambiental, emocional…

En el parto, el contexto es determinante. La medicina convencional no relaciona, interviene en una pequeña parte del sistema para conseguir un efecto concreto, pero no tiene en cuenta la relación entre esa pequeña parte del sistema y el resto. Eso da lugar a errores realmente garrafales, que pueden tardar decenas de años en detectarse. Como dice Vandana Shiva: «Aplicar el pararadigma de la ingeniería a la vida produce un aumento de los problemas».

Marta Gómez

Revista Verano 2006 http://www.revistanatural.com/articulo.asp?id=678#

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