lunes, 28 de julio de 2008

Las "etiquetas" que ponemos a los niños


Un artículo de Carmen Herrera García, publicado en la web http://www.solohijos.com/

Imagen: Marta Chicote



"Mira que eres torpe" o "qué niña tan marimandona" o "no seas llorón" son algunas de las etiquetas en ocasiones colgamos a nuestros hijos cuando reiteran una conducta. No lo hacemos con la intención de ofender, pero si lo repetimos varias veces el niño puede sentir que lo limitan, que es de esa manera y por mucho que haga no conseguirá cambiar. Debemos animarlo y darle la oportunidad de mejorar su personalidad.


"Trate a las personas como si fueran lo que deberían ser y las ayudará a convertirse en lo que son capaces de ser." Goethe


La cuestión de las etiquetas es, pedagógicamente hablando, una cuestión de límites, pero en el sentido negativo de la palabra. La capacidad de aprendizaje del niño está limitada por un lado por su herencia genética y por otro por el ambiente más o menos favorable en el que se desenvuelva. Las etiquetas son límites que imponemos a nuestros hijos, casillas en las cuales deben caber y a las que deben amoldarse respondiendo a las limitadas expectativas que hemos puesto sobre ellos.

"¿Siempre has de ser tan tozudo?"; "¿Lo ves? Es que eres un manazas, no haces nada bien hecho"; "Deja de mirarte en el espejo de una vez, presumida". Mensajes como éstos acompañan el quehacer diario en nuestros hogares. Son aparentemente neutros, y la mayoría de veces inconscientes, pero debemos revisar si ayudamos con ellos a nuestros hijos a avanzar correctamente o si por el contrario estamos cerrando la puerta al cambio y al aprendizaje.

Bernabé Tierno, en su obra Tu hijo, problemas y conflictos, reproduce un fragmento de la carta que unos padres le escriben: "Por segunda vez, ante el miedo a entregarnos las notas, porque la criatura no levanta cabeza en los estudios, mi hijo de doce años se ha marchado de casa. Hemos pasado toda la noche en vela, y cuando esta mañana ha ido mi marido a coger el coche para denunciar su desaparición, se lo ha encontrado durmiendo dentro. Hemos intentado averiguar lo que pasa, y entre todas sus angustias por ver que no puede tenernos contentos trayendo mejores notas, me ha sorprendido una frase: "Es que a mí nadie me ha dicho nunca que hago algo bien". Los mensajes que enviamos a nuestro hijo cuando nos fijamos sólo en sus errores o en sus fracasos le transmiten la idea de que no sirve para nada, o de que difícilmente logrará superar cualquier problema que se le presente.

El niño es, como todo ser humano, un ser en constante cambio y transformación. Sus capacidades adaptativas son muy grandes, pero debe encontrar un ambiente que le estimule y le aliente para el éxito. Cuando los padres resaltamos con mayor énfasis las facetas negativas de nuestro hijo, estamos yendo en contra de principios fundamentales en educación: la comprensión, el aliento y el reconocimiento del esfuerzo y de los logros.

Si en mi trabajo, una y otra vez, mi superior señala mis equivocaciones y pasa por alto mi esfuerzo y los buenos resultados en otras tareas, me sentiré desmotivada, apática frente al trabajo y probablemente sin ideas. Cuando tildamos a nuestro hijo de "vago", de "despistado" o de "fracasado" estamos haciendo mella profunda en el concepto que tiene de él mismo provocándole un sentimiento de inseguridad no sólo de sus capacidades sino de su propia valía. Los padres actuamos como modelos y como adultos de referencia para nuestros hijos. Ellos piensan: "Si mis padres dicen que siempre me olvido de todo, debe ser verdad", y entonces se cierran a la posibilidad de cambio, de mejora.

Es mucho más productivo, cuando un hijo ha cometido un error, intentar sentirnos como él. Verle como alguien que está sujeto a cambios y que, en ese proceso, el fracaso y las equivocaciones forman parte de las oportunidades de ver los propios problemas y mejorarlos. Cuando él reciba el mensaje: "Te has equivocado, pero te comprendo y aquí estoy para ayudarte", en vez de: "¡Otra vez, ya estoy harto de que no te esfuerces por cambiar!", entonces estaremos cumpliendo realmente con lo que ser padres significa: amar a nuestros hijos incondicionalmente, servirles de aliento constante y ser capaces de ver en él un ser humano sujeto a cambios, capaz de lograr lo que se proponga más allá de las dificultades.

A menudo es difícil ser capaz de mantener una actitud positiva, de comprensión y apoyo cuando una conducta negativa se manifiesta una y otra vez. Hemos de ser capaces de inventar nuevas maneras de corregir, vigilando nuestras palabras y manteniéndonos atentos a lo que realmente pensamos de nuestro hijo. Nosotros somos los primeros que hemos de pensar que nuestro hijo puede cambiar. Si no es así, difícilmente reconoceremos sus pequeños esfuerzos, los logros mínimos que darán paso a logros mayores, y difícilmente encontraremos las oportunidades o situaciones en que él pueda verse de otra manera y modificar la imagen que tiene de sí mismo. En definitiva, la etiqueta que tiene adjudicada y de la que debemos conseguir que se desprenda.

¿Qué pasa a los dos años?

Cuelgo este artículo , lo tengo a medio leer , pero me resulta muy interesante.

¿Qué pasa a los dos años? Estivalitz Vegas

La Prevención Infantil responde a un enfoque Bio-Psico-Social de la salud, y abarca desde el momento de la concepción hasta aproximadamente los 6 o 7 años de vida, época de constitución global del carácter. Este periodo reviste gran importancia, especialmente por dos razones:

- Por un lado hemos de tener en cuenta que ningún otro animal nace tan inmaduro como el ser humano (no puede desplazarse por si mismo, ni alimentarse sin ayuda, ...), de hecho desde diferentes disciplinas se le considera, prácticamente durante todo el primer año de vida, como un feto extra-útero. Esto supone, además de un prolongado tiempo de dependencia natural para garantizar su salud futura a nivel físico, psíquico y emocional, una gran vulnerabilidad de esta primera época de la vida, que se divide en dos periodos críticos: Periodo Crítico Biofísico y Periodo Crítico Psíquico.

- Por otro lado muchas son las investigaciones en diferentes campos (medicina, sicología, sociología, antropología, ...) que nos proporcionan datos acerca de la gran influencia que este periodo inicial tiene de cara a la salud futura de cada individuo en particular (a nivel físico, emocional y psíquico), y de la sociedad de la que forma parte en general.

Hemos dicho que en la formación del carácter diferenciamos dos periodos: Periodo Crítico Biofísico y Periodo Crítico Psíquico. Precisamente el límite entre ambos periodos lo marcan los dos años. La razón de ello tiene que ver con nuestro cerebro y sus tres estructuras cerebrales: El cerebro humano se divide en CEREBRO REPTILIANO, CEREBRO MAMíFERO y NEOCORTEX

Reptiliano: Primitivo, heredado de los primeros reptiles y peces. Centro del cerebro. Responsable del conjunto de los mecanismos esteriotipados de supervivencia (alimentación, cópula, lucha y huída). Sede del instinto.
Mamífero: Sistema límbico. Responsable de la afectividad y la memoria
Neocortex: Corteza cerebral. Responsable del pensamiento abstracto y del lenguaje

La vida de los bebés es regida por las dos primeras estructuras cerebrales, ya que el proceso de mielinización, que pone en conexión las neuronas, no finaliza hasta aproximadamente los dos años de edad. Esto quiere decir que hasta ese momento el neocortex no comienza su funcionamiento, y lo hace poco a poco. Esta evolución se hace patente con la aparición del lenguaje (pensamiento y lenguaje están estrechamente relacionados). Por lo tanto tampoco hasta esa edad podemos hablar de defensas psíquicas (y estas harán su aparición paulatinamente), y todo cuando ocurra al bebé durante el Periodo Crítico Biofísico influirá directamente a nivel físico, es decir, en su propio cuerpo. Se trata entonces de un periodo de máxima vulnerabilidad.

Durante el Periodo Crítico Psíquico, desde los dos años a los 6-/, los acontecimientos de importancia irán conformando su carácter.
La puesta en funcionamiento del neocortex a lo largo del periodo crítico psíquico posibilita la adquisición progresiva de nuevas destrezas y capacidades (lenguaje, constancia objetal, …). producirse cuando el niño está maduro para ejercerlo sin presiones. Para controlar los esfínteres es importante tener conciencia, que exista un funcionamiento del neocortex (2 años). También supone un nivel mínimo de maduración y desarrollo de los sist.s muscular y nervioso, además de un deseo de colaborar en lo que de él solicita el grupo social. Ha de hacerse cuando expresan el deseo de ser mayores. Si no se dan estas condiciones se logra “un adiestramiento, una domesticación pasiva” Este entrenamiento se lleva a cabo generalmente, antes de los dos años (es preferible esperar un tres meses a partir de esa edad), cuando el esfínter no está aun lo suficientemente maduro para ello . Así, unas veces por miedo al castigo, y otras para lograr la aceptación que tanto necesitan, los niños se ven obligados a contraer las nalgas y el suelo pélvico para lograr la contención, pagando un alto precio por ello. Es una situación que genera a su vez mucha rabia, ya que las necesidades infantiles y el ritmo de maduración propio de cada niño no son aquí tenidos en cuenta, siendo sustituida la autorregulación por la adaptación al medio.
Durante esta etapa anal existe una curiosidad natural hacia las cacas (como por cualquier otra cosa, y además es algo muy importante porque sale del propio cuerpo). El tema está en cómo los padres reciben esto (la mayoría dicen: “aj!! qué Entre estas destrezas se encuentra el control de esfínteres, que ha de asco!! Cómo huele!! vamos a tirarlo”) y si permiten y/o condicionan dicha exploración.
Si el control de esfínteres no es problemático, sino espontáneo, el niño pasa una corta etapa anal. ¿Qué quiere decir esto? Desde la visión REICHIANA la sexualidad hace referencia a todo aquello que da placer. La sexualidad es algo que forma parte de nuestra dimensión humana, algo que está presente desde el inicio de la vida (en la vida intrauterina el feto se mueve según una dinámica de placer-displacer) hasta que morimos, sólo que en diferentes momentos se vive y expresa de formas diversas. Según REICH nos encontramos con la FASE ORAL hasta aproximadamente los 3 años y a continuación con la FASE GENITAL hasta los 6-7 años. Para REICH existe también una ETAPA ANAL. A diferencia de las fases mencionadas, y siempre desde el punto de vista de la salud, esta etapa sería mucho mas corta en el tiempo (dura solo unos pocos meses alrededor de los dos años) y no cumple una función sexual propiamente dicha dentro del desarrollo psicosexual (el ano es una zona erógena pero no tiene por qué producir orgasmo, no cumple una función de regulación energética aisladamente).
En la FASE ORAL el placer se encuentra localizado principalmente alrededor de la boca, y vinculado especialmente a la lactancia. También la boca es el medio empleado para explorar y aprender (los niños se llevan todo a la boca, lo que les proporciona placer y nuevos conocimientos al mismo tiempo), y sobre el que mas control tienen en el inicio de la vida. Aunque tanto UNICEF, como la OMS recomiendan un mínimo de dos años de lactancia, lo cierto es que el destete a los 2 años suele ser complicado. Por un lado esto se debe a que el destete vendría a sumarse a los otros muchos cambios que en esta edad ya se están produciendo de forma natural, por otro a que en esta se edad se produce una vuelta a la madre de la que ya hablaremos mas adelante (etapa de reacercamiento), y por último a que el placer oral sigue siendo a los 2 años una necesidad. Es alrededor de los 3 años cuando la lactancia pasa de ser una necesidad a un deseo, por lo que el destete se produce a partir de esta edad mucho mas fácilmente. El desarrollo cortical permite además en ese momento que el destete se algo pactado y no impuesto, con lo que ello puede contribuir al desarrollo del niñ@.
En la medida en que realmente ha habido satisfacción oral basada en una buena relación vincular con la madre y en una buena oralidad (relacionada con el placer en la boca, a poder ser, de la lactancia materna), la ETAPA ANAL dura apenas unos meses coincidiendo con la adquisición del control de esfínteres. Para que esto sea efectivamente así ha de haber habido un desarrollo saludable previo donde el niño haya podido funcionar desde el ppio del placer (ha tenido que haber desarrollo de la movilidad, expansión en el grito, en el canto, placer oral). Cuando la situación no ha sido favorable, especialmente si la rabia que ello produce no ha podido ser expresada, el control de esfínteres puede complicarse (estreñimientos, avances y retrocesos, …). Las emociones son energía, y la energía ni se crea ni se destruye, y si no salen, si no se expresan, pueden quedarse en el cuerpo a la espera de un momento en el que puedan hacerlo, o pueden permanecer en el cuerpo generando tensiones y síntomas. Así como con la oralidad ha podido recibir represión por parte del exterior (“no me muerdas”, “eso no se hace”, castigo), con las cacas nadie, al menos directamente, le puede reprimir, porque va a depender de él. Si un niño ha sentido rabia oral y no la ha podido expresar, pues después usará por ello la analidad, y si entonces tampoco le entienden, la cosa se va complicando. La rabia también puede expresarse a través de las famosas “pataletas”, de agresiones a otros (incluso a sí mismos en los casos mas graves), …, pero lo importante es darse cuenta que esa rabia siempre obedece una causa, y que ni las rabietas, ni ninguna otra manifestación de la rabia forman parte de esta etapa de una forma natural.

Conforme va madurando el control y la consciencia corporal de la cabeza a los pies a través, la energía va también bajando, hasta que alrededor de los tres años los genitales se convierten en la zona que mayor placer produce (a partir del año aproximadamente el niño comienza a sentir sus genitales de una forma rudimentaria). Aquí comienza la FASE GENITAL, en la que aparecen la curiosidad sexual, el exhibicionismo natural, la exploración del propio cuerpo y del de otros compañeros de juego, ... Lo adecuado en esta época, y que de hecho se da en otras muchas culturas, sería la masturbación libre, las relaciones sexuales entre niñ@s, el contacto y el reconocimiento corporal propio y de los otros, ... Sin embargo, cuando un niño/a comienza a tocarse los genitales, las reacciones de su entorno más cercano son de desaprobación que puede manifestarse de formas muy diferentes (castigo físico, crítica, reacciones de miedo, preocupación, insultos, intentos de distracción, reprimendas, burla, gestos de enfado, de asco...), y a través de ellas comienza a considerar esas sensaciones como algo “malo”, “sucio” o “pecaminoso”. Como para el niño la aprobación por parte de los adultos es vital, ya que depende totalmente de ellos (a nivel físico, psicológico y emocional), intentará renunciar a sus propias necesidades, usando diversas maniobras para reprimirlas o atenuarlas: retener la respiración, poner en tensión los músculos abdominales y, sobre todo, los del suelo pélvico (el útero es un músculo poderoso) y abductores (“músculo responsable de la virginidad”). Así, durante los primeros años de vida, se produce un bloqueo (especialmente diafragmático y pélvico), modificando incluso la posición de la pelvis. Entre las importantes consecuencias de este hecho se encuentran la disminución de la función sexual, el dolor en el parto y, también con bastante frecuencia, durante la menstruación (tan rígido y contraído se encuentra ya el útero al llegar a la adolescencia, que hasta la mínima apertura del cervix produce fuerte dolor).


La evolución en el funcionamiento cerebral de la que hemos hablado al inicio, junto con otros que ocurren de forma paralela (desarrollo psicomotor, sexual, …), hace que alrededor de los 2 años se produzcan otros muchos cambios importantes en la forma de pensar, sentir y comportarse. Muchos de ellos son descritos por MAHLER, quien establece una serie de etapas evolutivas fundamentales del proceso de individuación-separación, que permiten entender los “avances“ y “retrocesos” del bebé (frecuentemente malinterpretados por padres y educadores): son procesos, el desarrollo no es lineal.

MAHLER sitúa la ETAPA DE REACERCAMIENTO en el periodo que va desde el inicio de la deambulación hasta aproximadamente los 22 meses, y la llama así porque se caracteriza por una preocupación aparentemente constante de conocer el paradero de la madre. El relativo olvido de la presencia de la madre, característico de la etapa anterior (ejercitación) es reemplazado por activos intentos de aproximarse a ella. El bebé va adquiriendo conciencia de su separación, haciendo experimentos de apartarse activamente de la madre para luego volver a dirigirse hacia ella. A medida que el niñ@ coge conciencia de su capacidad de apartarse de la madre (lo que le produce placer, pero al mismo tiempo angustia) parece tener mayor necesidad y mayores deseos de que ella comparta con él toda nueva adquisición de experiencia y destreza (compartirlo todo con la madre tiene gran importancia emocional para el niñ@). Ahora no acepta fácilmente figuras sustitutas y menos cuando se trata de contacto físico.
Reemplaza la vocalización y el lenguaje preverbal gestual por la comunicación verbal. Las palabras “yo” y “mío” tienen gran carga afectiva.

En la siguiente etapa, que se da aproximadamente de los 20-22 meses a los 30-36 meses, se produce el desarrollo de COMPLEJAS FUNCIONES COGNITIVAS, que puede observarse en la evolución de la comunicación verbal y de la fantasía (juegos de imaginación, de representación de papeles, …).
También conlleva una preparación a la constancia objetal (ya no es necesario que el objeto esté constantemente presente para que el niño sepa que sigue existiendo, puede interiorizarlo), que será efectiva a partir de los tres años. Gracias a ello la presencia continua de la madre ya no es imperativa., aunque sí su accesibilidad (perdura la dependencia emocional). Así pues se desarrolla una creciente capacidad para soportar separaciones, así como para la demora de gratificación (posibilitado por el desarrollo del sentido del tiempo). Aparece un creciente interés por adultos diferentes de la madre, y hacia el final de este periodo, por compañeros de juegos (generalmente antes de los 3 años no existe el juego cooperativo, ya que los niños se tratan entre sí como si fueran objetos los unos para los otros).
MAHLER nos habla también en esta etapa de una gran resistencia a las exigencias de los adultos, y de una necesidad y un deseo aún poco realista de autonomía. En este sentido es importante darles la oportunidad de intentar alcanzar nuevos logros (manejo de objetos, vestirse o calzarse, …), aunque nos pueda parecer a priori que aun no son capaces de lograr lo que se proponen, valorando sus avances.

Todo lo visto hasta ahora nos proporciona muchos datos acerca de la inconveniencia de la escolarización temprana, especialmente si esta se produce a los dos años, tal como ocurre cada vez con mas frecuencia en nuestro entorno. La constancia objetal aun no se ha desarrollado, por lo que siente las despedidas a la puerta de la escuela como un abandono. El niño no está aun maduro para separarse de su madre. Antes de los 2 años se observa zozobra cuando su madre lo deja en la guardería, aunque su llanto no dure mucho. Luego pueden mantenerse activos o pasivos, exigir constante atención de la maestra (los bebés necesitan de atención individualizada, lo que hace muy complicada la situación en un aula en estas edades). Tampoco el niño está preparado para relacionarse con sus iguales hasta cercanos los 3 años (hecho que podemos comprobar en cualquier parque). El desarrollo social es un producto de la maduración, no del aprendizaje, por lo que juntar a un montón de niños que aun entre sí no se consideran personas, sino objetos y competencia de cara a los juguetes y la atención del adulto, trae consigo multitud de agresiones que de otra forma no tendrían lugar.
El niño manifiesta su malestar y su ansiedad en el ingreso a la guardería o la escuela a través de su llanto, intentando impedir que su madre se vaya agarrándose a ella, … (generalmente con muy poco éxito). En estos casos suele echarse la culpa a la madre (que le transmite su ansiedad, que no sabe separarse, ...), precisamente porque al rato deja de llorar. Las emociones de los bebés son totales, es decir, cuanto les ocurre les invade (porque no hay mecanismos de defensa), y cuando la situación pasa, ya ha pasado. No son como nosotros que nos quedamos “rumiando”, ellos viven el presente intensamente. Si nosotros tenemos un accidente, seguimos recordándolo mucho tiempo después de ocurrido, mirándonos la herida, pensando en lo que podía haber ocurrido, .. Un niño sano cuando se cae llora y cuando pasa el dolor parece que ya nada hubiera ocurrido.
Los niños forzados una y otra vez a quedarse con una persona con la que aun no han desarrollado un vínculo tienes dos opciones: resignarse o manifestar su rabia. Cuando los niños se resignan (el famoso “acostumbrarse” que no es tal, ya que para haber aceptación ha de haber maduración suficiente) se observa desapego emocional, rehuyen la mirada, y frecuentemente muchos otros síntomas que pasan inadvertidos o no se relacionan con el ingreso al nuevo centro (diversas enfermedades, trastornos del sueño y/o la alimentación, …). Cuando aparece la rabia suele mostrarse como exigencia de proximidad para restablecer el vínculo. Si la madre rechaza un comportamiento hostil por parte del niño (el niño puede, por ejemplo, negarse a ir con su madre) que busca restablecer el vínculo, las cosas se complican. El niño con su hostilidad está poniendo a prueba si la madre es capaz de tolerar su rabia y, por tanto, comprender su necesidad de no ausencia, de no reincidir.
La rabia que frecuentemente se observa en los niños, como ya hemos mencionado anteriormente, se debe a reacciones saludables que cumplen una función, que si no se sabe leer, genera de nuevo una cadena de desencuentros. La cólera en estas edades siempre tiene la función del reencuentro.


Para concluir sólo decir que los dos años ya es un momento lo suficientemente complicado como para añadir ninguna circunstancia mas (nacimiento de un hermano, destete, escolarización,…). Es prácticamente una primera adolescencia, y como la que acontecerá mas adelante, pondrá en evidencia todos los temas pendientes por resolver (emociones reprimidas, …), por lo que también es una gran oportunidad para abordarlos en un momento además en el que aun el carácter está en formación. Los niños nos devuelven multiplicado todo cuanto les damos (amor, rabia,…), por lo que también cualquier “mejora” que realicemos en la crianza de nuestros hijos muestra sus frutos enseguida.

Cuándo y cómo quitar los pañales





Carlos Gonzalez
Extraído de su libro ”Bésame Mucho”
Imagen:Getty Images
-------------------------------------------

Muchas veces se habla de «aprendizaje del control de esfínteres » y eso deja a los padres vagamente intranquilos.

Porqué, aparentemente, un aprendizaje requiere una enseñanza. ¿Quién y cómo ha de enseñar al niño a controlar sus esfínteres, sea eso lo que sea? Pues no, aprender a no hacerse pipí encima, lo mismo que aprender a caminar, a sentarse o a hablar, son cosas que no requieren estudio ni enseñanza.

Existen niños de diez años y también adultos que no saben leer o que no tocan el piano porque nadie les enseñó. Los padres tienen que hacer algo (enseñar a su hijo o buscarle un profesor o una escuela) si quieren que aprenda esa y muchas otras cosas. Pero no hay niños de diez años que no sepan caminar, sentarse o hablar, o que se hagan pipí encima (despiertos).

Todos los niños sanos (y buena parte de los enfermos) controlan perfectamente el pipí (de día) y la caca a los cuatro años o bastante antes. Por lo tanto, la pregunta no es «¿qué tengo que hacer para que mi hijo aprenda a usar el retrete?», pues haga usted lo que haga, tanto si lo hace todo «bien» como si lo hace todo «mal», o incluso aunque no haga nada de nada, su hijo aprenderá. La pregunta es «¿qué puedo hacer para que mi hijo no sufra mientras aprende a usar el retrete?» Y la respuesta es «más vale que no haga nada». O que haga lo menos posible.
Cuando los padres hacen algo, cuando sientan al niño a ciertas horas en el orinal, cuando le obligan a estar sentado hasta que hace algo, cuando le riñen si se lo hace encima, a la larga el niño aprenderá también a ir al retrete, pero será desgraciado en el proceso (y sus padres también). En casos extremos, es probable que ciertas «enseñanzas» desafortunadas pue-dan retrasar el aprendizaje o producir en el niño un rechazo a defecar que se convertirá en estreñimiento.

Pero si no le quitamos nunca el pañal, ¿cómo aprenderá? ¿No seguirá llevando pañal toda la vida? Lo dudo. No conozco a nadie que haya hecho la prueba; pero sospecho que, incluso si los padres no tomasen nunca la iniciativa, todos los niños acabarían por arrancarse el pañal ellos mismos.

Nadie va con pañal por la calle a los quince años. Pero el caso es que los pañales cuestan dinero y cambiarlos cuesta un esfuerzo, y casi todos los padres hacen, antes o después, un esfuerzo para quitar el pañal a sus hijos. En principio, eso no debería traer ningún problema.

El pañal es algo totalmente artificial, un invento relativamente reciente que no busca la comodidad del niño, sino la de sus padres. Los niños no necesitan pañal. Muchos padres le quitan a su hijo el pañal en verano y que sea lo que Dios quiera. Incluso antes del año, cuando saben que es imposible que el bebé controle el pipí y la caca de forma voluntaria. Para hacerlo, por supuesto, es conveniente no tener alfombras ni moquetas en casa, y es necesario estar dispuesto a fregar cualquier rincón en cualquier momento, sin el menor reproche.

Así se ahorra el niño algunas escoceduras por el calor y los padres mucho dinero en pañales. Al final del verano, si (como era de esperar) el niño se lo sigue haciendo todo encima, se le vuelve a poner el pañal y tan contentos. En el primer verano después de los dos años, cuando de verdad hay alguna esperanza de cambio, los padres pueden explicarle al niño lo que se espera de él: «Cuando tengas ganas de hacer pipí o caca, avisa. » Pero, por supuesto, no se harán pesados preguntando cada media hora (basta con que lo expliquen una vez en junio o, como mucho, cada quince días), ni lo sentarán en el orinal cuando no lo ha pedido, ni le reñirán o criticarán ni se burlarán de él por los escapes o por las falsas alarmas, ni mostrarán impaciencia.
Puede ser útil preguntarle si prefiere usar el retrete, como papá y mamá, o un orinal (y que elija el que más le gusta) o un adaptador para el retrete.

Mientras no haya un mínimo control, es prudente ponerle el pañal para salir a la calle. Algunos niños logran el control en este verano, otros en el siguiente. Algunos, por supuesto, alcanzan la madurez entre medias y piden que se les quite el pañal en invierno («¿Estás seguro?» «Sí. » «Bueno, vamos a hacer la prueba. ») Quitar el pañal, decíamos, no habría de traer ningún problema, pero a veces lo trae. Incluso sin obligarles, sin reñirles, sin ponerse pesado y sin hacer comentarios ofensivos, algunos niños se niegan a que les quiten el pañal.

Están tan acostumbrados a llevarlo, que no se imaginan la vida sin él. Explíquele a su hijo que no importa que se haga pipí o caca en cualquier sitio, que no se va a enfadar. Pero si a pesar de todo le pide un pañal, póngaselo sin rechistar. Al fin y al cabo, la idea no fue suya; fueron sus padres los que decidieron ponerle pañal cuando nació y no es culpa del pobre chico si se ha acostumbrado.

Es posible que un niño que al año y medio se dejó quitar el pañal, se niegue a los dos años y medio. No insista, no atosigue, simplemente dígale: «Bueno, cuando quieras que te lo quite, avisa», y ya está. Algunos niños están contentos de ir sin pañal, pero se sienten incapaces de usar el orinal. Notan que van a hacer algo, avisan, pero no quieren sentarse en ningún sitio. Quieren el pañal. A veces, durante una temporada, hay que ponerles un pañal cada vez que han de hacer pipí o caca. A algunos, que juegan desnudos en la playa, hay que ponerles un pañal para que hagan pipí. No se asombre, no se queje, no se ría. Póngale el pañal sin discutir, que ya falta bien poco.

Algunos niños, más tímidos, no se atreven a pedir el pañal, pero tampoco a usar el orinal, e intentan retenerse lo más posible. Algunos llegan a sufrir estreñimiento. Si observa que su hijo deja de hacer caca cuando le quitan el pañal, pruebe a ponérselo otra vez (incluso si no lo ha pedido). No es malo volver a usar el pañal después de unos días o meses sin él. No es un paso atrás ni un retroceso, ni le hace ningún daño al niño. A no ser, claro, que él se niegue. Nos vamos ahora al otro extremo, al del niño que no es capaz de controlarse, pero insiste en que le quiten el pañal o en que no se lo vuelvan a poner si se lo habían quitado en verano.
Como siempre, es importante hablar con el niño y ser respetuoso. Si sólo hay fallos ocasionales, es mejor hacerle caso. Si el control es nulo, tal vez pueda convencerle de que se lo deje poner. Pero si se niega en redondo, si llora para que no le pongan el pañal, si lo vive como un fracaso o una humillación, es mejor también hacerle caso, tal vez intentar llegar a una solución de compromiso («puedes ir sin pañal por casa, pero si salimos a pasear te lo has de poner»).

A veces hay que renunciar a salir de casa durante unas semanas para no tener un drama, lo que no deja de ser una lata. Por eso es importante no ponerse pesados con el asunto, no lanzar indirectas y puyas, que nadie le vaya diciendo al pobre niño «qué vergüenza, tan mayor y con pañales», «a ver si aprendes a ir al retrete de una vez», «si te lo vuelves a hacer encima, te tendré que poner pañales como a una niña pequeña» y otras lindezas. Nunca hay que hablar así a un niño, ni en este tema ni en otros. Todos los niños normales saben controlarse de día, sin necesidad de enseñarles nada.

Si su hijo se sigue haciendo caca o pipí encima después de los cuatro años (salvo algún accidente muy de tarde en tarde con el pipí), consulte al pediatra. Cuando hay problemas, con frecuencia son de origen psicológico (a veces debido precisamente a intentos de «enseñarles» a usar el orinal por las malas y otras veces, manifestación de otros conflictos o de celos). En algunos casos, la defecación involuntaria (encopresis) es consecuencia del estreñimiento: se forma una bola que irrita la mucosa rectal y produce una falsa diarrea. El niño no lo hace a propósito, y las burlas y castigos no harán más que empeorar el problema. Pero las noches son muy distintas.

Aunque muchos niños pueden dormir secos a los tres años, otros muchos se hacen pipí en la cama (enuresis nocturna) hasta la adolescencia o incluso toda la vida. Durante la Primera Guerra Mundial, el 1 por ciento de los reclutas norteamericanos fue declarado no apto para el servicio por enuresis. La enuresis nocturna casi nunca tiene causa orgánica o psicológica, sino que depende de la maduración neurológica y de las características genéticas (va por familias). Algunos niños consiguen no hacerse pipí en un día especial (por ejemplo, en casa de un amigo), a costa de pasar la noche prácticamente en vela. Por supuesto, no pueden hacerlo muchos días seguidos.

Por desgracia, algunos padres no comprenden el enorme esfuerzo que han hecho y se lo echan en cara («en casa de Pablo bien que espabilaste, pero aquí no te preocupas, claro, como estoy yo para lavar sábanas»). Este tipo de comentarios, además de cruel, es falso.

Hace poco, una madre comentaba en un foro de Internet que su hija de siete años se hacía pis en la cama. Otra madre le contestaba así:

Yo estuve haciéndome pis hasta los dieciséis años, y peor que me sentía y más acomplejada que nadie… Me tiraba las noches en vela para no mojar la cama, y en cinco minutos que el sueño me rendía, me hacía pis; estaba desde el medio día sin beber nada, era horrible, y seguía haciéndome pis; me levantaba por la noche a lavar mis sábanas para que no se enteraran… No la regañes, no la responsabilices, es una enfermedad, de pronto un día dejé de hacérmelo. Mi hijo mayor se hizo pis hasta los trece años…

Quisiera explicar aquí una anécdota, en homenaje a un gran pediatra japonés, el Dr. Itsuro Yamanouchi, de Okayama. Visité su hospital en 1988, y me fascinó aquel sabio humilde que seguía atendiendo consultas externas de pediatría a pesar de ser director de un gran hospital. Le acompañé una tarde en su consulta, y él me explicaba en inglés lo que ocurría. —Este niño tiene seis años, y se hace pipí en la cama. Le he explicado a la madre que eso es normal, que no hay que hacer nada, y que yo me hice pipí hasta los siete años. —¡Qué casualidad! —respondí en mi inglés vacilante—. Yo también me hice pipí hasta los siete años. El Dr. Yamanouchi se apresuró (para mi sorpresa) a traducir mis palabras, y la madre me miró con más sorpresa aún y se deshizo en reverencias y agradecimientos. Un rato después, otra madre, mientras escuchaba las palabras del médico, me miró también con asombro y me hizo otra reverencia. —Este niño de diez años también se hace pipí en la cama. Le he explicado a la madre que yo me hice pipí hasta los once años, y tú hasta los siete. —Pero… ¿no me dijo usted que también se había hecho hasta los siete? —Bueno —sonrió el Dr. Yamanouchi—, yo siempre les digo un año más.

jueves, 24 de julio de 2008

Entre el perro , el gato y la gallina...



Picoteaba un día una gallina
entre unos desperdicios de cocina
cuando le sobrevino un deseo urgente
de alzar la vista al frente
y caminar con paso vacilante
(el cuello para atrás y para adelante)
hacia un montón de paja allí dispuesto.
Cacarea, se sienta, se menea,
pica, repica, suplica, tuerce el gesto,
se levanta, se vuelve, cacarea,
puja, empuja, apretuja y pone un huevo.


Un gato, que de todo fue testigo
(aunque el suceso no era nada nuevo)
reflexiona, lamiéndose el ombligo:
"A las puertas del siglo XXI,
¡y que aún pongan los huevos de uno en uno!
"No alcanza a comprender su alma felina
que una simple gallina,
no sabiendo de ciencia, ni de oficio,
sin el auxilio de gente preparada,
ni acceso al beneficio
de la moderna técnica avanzada
esté a poner un huevo autorizada.


Se acerca el gato a un perro que dormita
al sol junto al corral
y al oído unas frases le musita
en tono coloquial:
"¿Se ha fijado, colega
en cómo pone la gallina, ciega
al peligro, sin método ni nada?
Hemos de poner fin a un sufrimiento
que hace de las gallinas instrumento
de la naturaleza desatada."


"Tiene razón", responde el aludido,
"que es la puesta una empresa complicada
para hacerla en un nido.
Hay que abrir un centro veterinario,
a modo de huevario,
en el que sea la puesta controlada
y el huevo por expertos atendido."


Buscar deciden, pues, a la gallina
que a la puesta parezca más cercana,
y resulta ser tal la Serafina.
El gato le pregunta: "Dime, hermana,
¿no notas de algún huevo la venida?"
"Nada noto" — "¡Es puesta retenida!"
"Hemos de proceder sin dilación.
Estírate para la exploración."
"¿Me siento así?" — "¡No, tonta, boca arriba!"
Procede a desplumar el perineo
(¡qué vergüenza!). "Colega, ya lo veo.
Con una lavativa
y una infusión de hormonas adecuada
habremos de inducir ahora la puesta;
y una vez dilatada,
hacer palanca con una cuchara
y recoger el huevo en una cesta."
(Hubo de dar el gato una tajada,
porque, si no, no entraba la cuchara.)


Ya se extiende la voz: ¡Por fin la ciencia
da respuesta a este problema diario!
Las gallinas, con suma diligencia
acuden al huevario.
Y es fama que de ciento que allí ponen
son las cien boca arriba desplumadas
las noventa tajadas,
las cincuenta inducidas, cuarenta
instrumentadas, y algo más de treinta
salen con un buen corte en la barriga.
Tan sólo una recela: nuestra amiga
que iniciaba esta historia.
Porque es gallina vieja, que ya ha puesto
mucho huevo en la vida, y todo esto
le huele más a esclavitud que a gloria.


¿No ha de tener mi cuento moraleja?
Hela aquí: Mujer, no seas gallina,
y si lo eres, sé gallina vieja.
Pregunta al que entusiasta te aconseja
métodos tan científicos y nuevos.
"¿Ayudas tú en verdad a la gallina,
o sólo vienes a tocar los huevos?"


(Dr. Carlos Gonzalez)